Nunca antes había pasado tanto tiempo sin ir a Cádiz: más de un año ya, y sumando. Las restricciones por una parte y la prudencia por otra, ya sabéis. Cada cual tiene su propia historia pandémica. La última vez que estuve -en las navidades de 2019- me traje un montón de tesoros, la mayoría de ellos encontrados en la playa, pero también retalitos que me guarda mi madre y los cordeles de algodón de las bolsitas de té que me preparaba para tomar en un banco de la plaza o en la azotea.
Y con todos ellos construí esta pieza que fue terapéutica durante las pasadas navidades, tan raras y desvaídas. La tela del vestido la encontré en una poza de marea, muy deteriorada y teñida por el mar pero con su estampado de flores aun visible; por las pequeñas marcas que hay sobre el dibujo pudo ser un pañuelo bordado. Cuando mi madre me vio llegar con aquel trapo mugriento me preguntó que qué iba a hacer con eso. ¡Mira, Mamá, he hecho una muñeca!
Ahora se pasean por ella los vuelvepiedras (Arenaria interpres), unas aves pequeñitas que corretean veloces cerca de la orilla y que, haciendo honor a su nombre, vuelven las piedras del revés en busca de alimento, al igual que yo las vuelvo y me asomo a las pocitas esperando encontrar algo asombroso como un botón.
2 comentarios:
Somos de un tiempo pasado. Un tiempo maravilloso donde escribíamos aquí y contábamos historias. Gracias por llevarme con esta narración a la playa, no la piso desde que comenzó la pandemia. Abrazo desde el otro lado del charco. �� no dejes de escribir aquí.
Petite Caotica, muchísimas gracias por tu comentario :) El mundo se mueve muy deprisa y detenerse es casi un acto revolucionario. Me alegra haberte acercado un poco el mar, ¡un abrazo!
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