martes, 21 de julio de 2020

Ciudad Suave

En unos días empieza agosto y resulta un poco difícil de asimilar. Hace apenas un parpadeo era abril, pero es que estos meses han pasado casi como un sueño en el que el tiempo se aceleraba o se ralentizaba según la semana. Con nuestra vida cotidiana en suspenso, cada cual tuvo que reajustarse y desarrollar herramientas para sobrellevar el confinamiento: la venta de bebidas alcohólicas se disparó; una señora que pasaba por debajo de mi ventana le decía a otra "Quién me ha visto y quién me ve, leyendo un libro". Yo también leí un par de libros y más de cien poemas, hice cero bizcochos, me comprometí con una rutina de ejercicios para que el cansancio físico fuera a la par que el cansancio mental al llegar la noche. Y, mientras todo parecía abocado a la destrucción, construí una ciudad.




Tuve la suerte de pertenecer a ese porcentaje de población que lo único que vio destruirse fue su rutina diaria y algún que otro plan, pero eso no hacía que el panorama fuera menos desolador. Con la cabeza embotada y la incertidumbre flotando en el aire, encontré alivio en hacer algo mecánico como clasificar retales pequeños por colores y, en un estado casi meditativo, unirlos a base de capas y puntadas. Muchas puntadas. Nada menos que sesenta y siete collages individuales en todos los colores del arcoiris para formar 14 piezas, y aun tengo intención de continuar y hacer que esta ciudad siga creciendo como deberían crecer las ciudades: de forma sostenible y pensadas para ser disfrutadas.





Cada bloque está construido y rellenado con material extraído de mi querida Gran Bolsa de Retales que tantas ideas y satisfacciones me da. Son blanditos, pero lo suficientemente firmes como para poder apilarlos unos sobre otros. 






Pensaba en las soft cities o ciudades suaves/amables, esa idea loca que propone algo tan crucial como diseñar los espacios urbanos de manera que favorezcan un movimiento fluido y las relaciones entre las personas así como entre éstas y su entorno. Ciudades con espacios de encuentro que inviten a detenerse; ciudades para ser vividas.




Una vuelta a lo básico, como este juego de construcción que es algo más que un juego.


jueves, 16 de julio de 2020

Haz algo

A menudo hablo de los beneficios de dejar reposar las ideas. Una noche. Un par de semanas. O seis años, que es lo que he tardado en retomar este montón de cuadritos de tela y convertirlos en la funda de cojín que estaban destinados a ser.




Hoy día probablemente habría combinado las telas de otra manera y desde luego hubiera sido algo más cuidadosa a la hora de unir los cuadros, pero he decidido mantenerla tal cual para que mi yo de dosmilcatorce y mi yo de dosmilveinte se reconcilien y convivan en armonía. Crecer no significa renegar de lo que fuimos, dijimos, hicimos; era parte del proceso, aunque a veces muestre una costura torcida o una arruga rara.





La ventaja de haberla dejado aparcada todo este tiempo es que he tenido la oportunidad de darle un nuevo giro y convertirla en un -oh, paradoja- llamado a la acción. He usado algunas piezas sueltas que también tenía guardadas, como el letrero de "haz algo" que tejí hace un par de años; ese día se celebraba el Día Mundial de Tejer en Público y yo iba a hacer lo propio, pero como no pude llevar a cabo el plan que tenía en mente, me senté en el escalón de la puerta de mi casa y eso fue lo que tejí. Algo. Hasta ahora lo había tenido sobre la mesa del taller a modo de recordatorio. 




También he bordado una cita de Arthur Ashe (sin comillas, y eso me está torturando): "Empieza donde estés. Usa lo que tengas. Haz lo que puedas". Es una de las lecciones más importantes sobre pasar a la acción que he aprendido en los últimos años junto a "si no sabes por dónde empezar, empieza por cualquier parte" y "hacer un 10% es mejor que no hacer nada". Son aplicables a casi todo, lo tengo comprobado.





Ese limón antes era una piña, uno de los dos prototipos que cosí hace tiempo. Ni siquiera me gusta mucho la piña. En otra ocasión podemos hablar de lo absurdo de seguir tendencias que ni te van ni te vienen, o ideas que ni son tuyas ni son para ti. Pero no reniego, solo aprendo.


jueves, 9 de julio de 2020

El bucle

Sería lógico pensar que esta idea surgió en pleno confinamiento mientras todos -al menos los que podíamos- estábamos encerraditos en nuestras casas sin estar muy seguros de si era martes o sábado. Pero no; yo, que soy una visionaria, ya había entrado en mi propio bucle varias semanas antes. A veces pasa que una se pone a dar vueltas sobre sí misma y sus circunstancias y acaba mareándose, y la única salida es, en mi caso, a través de la aguja.




Me deshice en montones y montones de puntaditas y me recompuse a base de juntar trocitos de tela de todos los tamaños. Fiel a mi compromiso de no comprar textiles nuevos, di uso a piezas que ya tenía en el taller: la pernera de un pantalón para la base, sobrantes de una fábrica textil para el cielo y la tierra, telas amablemente donadas por personas de mi entorno para la carretera, el tejado, las flores y el marco y retalitos variados de la Gran Bolsa de Retales para todo lo demás. 



Arrendajo



Broderie perse



¡Psst, psst! ¡Detalle secreto!


Los bucles, por definición, no llevan a ninguna parte; hay que saber cómo cortarlos. Por suerte, tengo unas buenas tijeras.



jueves, 14 de mayo de 2020

Nada se pierde,


Primero hice una muñeca tetera con la tela que me sobró después de convertir aquel vestido de segunda mano en una falda que ya no me pongo y que pasará a ser otra cosa. Pero, por más que la miraba y la remiraba, no me terminaba de convencer.




Quizá el cuello era demasiado estrecho. O la cara. No tenía cara de tetera, ¿cómo se supone que es la cara de una tetera? Tenía cara de otra cosa. Otras cejas, otros labios; el pelo negro. La tela imposible que compré en otra ciudad transformada en falda. Una flor de lehua bordada. Un cuerpo completamente diferente: el de Federica.






La tetera seguía en busca de su propia cara, así que le fabriqué una con retales de tela amarilla que me dio alguien a quien debía de gustarle mucho el amarillo. Le añadí mofletes de flores y puntadas de colores y nos dimos un tiempo para pensar.





Casi siempre es bueno dejar reposar las ideas. Ésta, cuando le di voz, me dijo que no le apetecía ser una muñeca, así que reunimos retales, recuerdos, un botón, la canción que sonaba en una fiesta en la que no bailamos...

...e hicimos una fiesta.





Una fiesta rara, menos divertida de lo que sus colores puedan sugerir, pero una fiesta al fin y al cabo.





¿Y la tacita? 




Para la resaca.



jueves, 5 de marzo de 2020

Flores de invierno

El comienzo de año siempre me resulta un poco difícil. Una cuesta de enero que nada tiene que ver con la de las noticias y que se extiende hasta febrero o hasta que el frío empieza a amainar. Mi batería es solar, qué le vamos a hacer.




Hace poco una niña me dijo que adivinase cuál era su estación favorita.

-La primavera -contesté-.
-Sí. ¿Cuál más?
-El invierno -porque sé que le encanta la Navidad-.
-Sí. ¿Cuál más?
-¿El verano?
-Sí. ¿Y cuál más?
-Pues... el otoño
-Sí
-¿Todas las estaciones son tus favoritas?
-¡Sí!

Ahí estaba: una niña de seis años dándome una lección mientras yo contaba los días que faltan para la llegada oficial de la primavera.

 





He hecho unas casas muy pequeñitas, tanto que sus habitantes no pueden medir más de 6 cm. Las fachadas son collages hechos con retales diminutos de la Gran Bolsa de Retales que está junto a la mesa del taller y que es como un caldero mágico: remueves y comienzan a saltar chispas de ideas.







No está de más recordar que en invierno también hay flores. Y si no, me las bordo.