jueves, 23 de mayo de 2019

Mediterránea

Azul. Del mar, de los cuadros de los manteles, de las puertas de las casas encaladas. Buganvillas trepando por las fachadas. Sal. Una colección de conchas sobre la repisa. El pelo al viento y la cara lavada. Alpargatas a todas horas menos a la de meter los pies en el agua.






Platos típicos y postales tópicas, pero ¿qué mejor tópico que la vida mediterránea? Abracemos el estereotipo, juntémonos para cocinar, demos largos paseos cuando el sol no pique mucho, hagamos un bodegón con frutas y flores, plantemos romero, durmamos la siesta con la ventana y el libro abiertos, tomemos los balcones, las azoteas, las plazas y las playas y brindemos luciendo nuestras mejores joyas de caracolas.



 



Mediterránea hace tiempo que puso rumbo hacia su nuevo hogar en otras aguas lejanas, y me consta que es muy feliz.





¡Chinchín!


jueves, 2 de mayo de 2019

Declinación del verbo zurcir

Zurcir. Qué palabra más antigua; yo zurzo, tú zurces, él/ella zurce. Es como si perteneciera a una lengua muerta, la de aprovechar los recursos y alargar el máximo posible la vida de los objetos que nos acompañan en el día a día. Pero hace mucho tiempo, antes de los paquetes de calcetines a tres euros y la moda rápida, cuando una prenda mostraba signos de desgaste no se arrojaba a la basura y se iba corriendo a por otra: se zurcía, se remendaba, se reparaba. Entonces primaba la economía, una preocupación que nos sigue afectando pero a la que hoy sumamos otro factor: la sostenibilidad. Piensa en todas las toneladas de ropa que hay en este momento en el planeta: puesta, tendida, en los armarios, guardadas en cajas, en rastrillos, en las tiendas, en almacenes, en contenedores que cruzan el mapa de punta a punta, en las fábricas... Es inabarcable.

Y se sigue haciendo más ropa, en su mayoría de dudosa calidad. Y la seguimos comprando porque es barato y divertido, pero cuando deja de ser divertido la tiramos y vamos a por más porque sigue siendo barato. Barato para el consumidor, claro; recuerda siempre que el resto lo está pagando alguien con sus derechos laborales. Pero las consecuencias de la producción masiva y descontrolada, este mar de residuos que habitamos, lo paga el planeta entero: por la falta de regulación en los materiales y los procedimientos, por la imposibilidad de asumir y gestionar tal cantidad de textiles y porque con cada compra estamos diciendo que sí, que nos parece bien y que queremos más.

No se trata de dejar de consumir, se trata de hacerse preguntas: ¿cómo y de qué está hecho? ¿qué estoy apoyando con mi compra? ¿qué alternativas tengo? ¿qué pasará con éste producto cuando ya no me sirva?










Es un tema del que podría hablar largo y tendido porque me interesa muchísimo, pero lo que hoy me ocupa son las pequeñas acciones que están surgiendo entre los consumidores, gente como tú y como yo que deciden que, si hay algo que esté en su mano para participar en la menor medida posible de este despropósito, lo van a hacer. 

Hace cosa de un año yo no sabía zurcir; hacía mis remiendos, unos más toscos que otros, hasta que empecé a ver en las redes que el zurcido está mucho más vivo de lo que pensaba, y que tenía ante mí una oportunidad de aprender a ser más autosuficiente y montones de posibilidades. ¿Habéis oído hablar del zurcido visible o visible mending)? No se trata de reparar la prenda discretamente para que nadie sepa que llevas ¡oh! ropa remendada, sino todo lo contrario: el defecto se personaliza, se convierte en foco de atención, se eleva a la categoría de arte. Me parece una acción poderosísima. No nos avergüenza remendar nuestra ropa, nos avergüenza el consumismo desaforado, y llevamos la bandera puesta.




¿Agujeritos y manchas? Nada que unas margaritas bordadas no puedan solucionar 


Y cada vez somos más. El sábado pasado estuve en Monda en la celebración del Fashion Revolution Day, un movimiento global que pone el foco en las prácticas abusivas de la industria textil, reclamando más transparencia y promoviendo alternativas sostenibles para la sociedad y el medio ambiente. Era un evento a muy pequeña escala, un salón no demasiado grande por el que a lo largo del día desfilaron personas de todas las edades para participar en una serie de actividades relacionadas con el consumo consciente: intercambio de ropa usada, talleres de reutilización de prendas, proyección de un documental sobre los entresijos de la industria textil, debates espontáneos. Acción directa. Economía circular.





Mis armas: una lata de galletas, tijeras, aguja e hilo


Nada alimenta más al sistema que la idea de que no tenemos más opciones; y serán pocas, serán pequeñas, pero las tenemos y estamos aprendiendo a usarlas. Avisados quedan.