jueves, 25 de abril de 2019

Lady Papaver rhoeas

Si alguna vez habéis cortado una amapola porque queríais llevárosla a casa, habréis visto cómo inmediatamente se marchitaba y se le caían los pétalos. Yo lo hice alguna vez de pequeña y no tardé en captar la indirecta; esta flor no se anda con chiquitas. Por ahí dicen que es una señorita muy delicada, pero nada más lejos de la realidad: ella es silvestre, salvaje e indomable, lo suficiente como para no plegarse a ser cultivada contra su voluntad ni a participar en arreglos florales que ella no ha decidido.





Crece donde le da la gana, a ser posible cerca de cultivos donde peleará por hacerse con los nutrientes de la tierra si es necesario. Florece roja rojísima sin miedo a destacar y, si alguien osa cortar su tallo y su libertad, será tal su indignación que se deshará delante de sus narices. Y mira que la han llamado novia del campo y le han hecho proposiciones de matrimonio, pero ella no se casa con nadie.






Incluso cuando tratan de reducirla con herbicidas, ella resiste e iza su descarada bandera roja cada primavera. Mala hierba la llaman, pero poco le importa la fama que tenga, ni siquiera cuando la confunden con su opiácea prima, la adormidera, ¡menudas risas se echan las dos a nuestra costa!





Así es ella. Y así la he retratado yo.




¡Feliz día y apreciad mucho las flores!


jueves, 18 de abril de 2019

Martín Pescador

Cualquiera que me conozca un poco sabe que me encantan los pájaros; no sé exactamente cuándo ni cómo empezó a apasionarme el tema, pero tengo claro que el mundo es un lugar mucho más divertido desde que puedo distinguir y nombrar a las aves que voy encontrando por el camino. Por eso no es de extrañar que sean un motivo recurrente cuando me pongo a coser; he retratado al cormorán, al cernícalo, al pinzón, a la gaviota, al petirrojo... Todos ellos pájaros que he visto en alguna ocasión.

Pero nunca he visto un martín pescador. Cuando estoy cerca de un río o lago albergo la esperanza de avistar una manchita azul brillante entre las ramas, pero es una criatura bastante esquiva y hasta la fecha no ha habido suerte. A veces fantaseo con hacer mi gran año a muy pequeña escala: buscar rabilargos en El Burgo, acampar en la Serranía de Ronda para ver al búho real u observar a las aves migratorias a su paso por el Estrecho. Y seguir buscando al martín pescador en los humedales.




Cuando lo garabateé por primera vez en la libreta tenía en mente hacer un muñeco, pero en el momento de hacerlo estaba leyendo un libro interesantísimo sobre ilustración textil y la idea dio un giro. El fondo está hecho mediante un collage de telas, tul y pequeñas puntaditas que simulan surcos en el agua, y el martín pescador es una combinación de apliques y bordado.






Y esto es lo que andaba haciendo en la entrada anterior: una larga cinta hecha a base de retales para enmarcar la pieza. Una vez cosida algo no encajaba, así que dejé el proyecto aparcado durante un tiempo; a veces es lo mejor. Cuando al fin lo retomé, volví a colocar la cinta, la cubrí con motones de puntaditas de colores y quedó resuelto. Ahora me siento definitivamente reconciliada con la combinación de azul y naranja, que antes me repelía.




Su nombre en inglés es kingfisher, literalmente rey pescador. Larga vida al rey.


martes, 9 de abril de 2019

Mi alfombra multicolor

Me parece fatal que a estas alturas todavía no os haya hablado de mi alfombra multicolor, porque es estupenda. Y es que era un proyecto que, cual si fuera una pegadiza canción del verano gestada en los turbios fondos de una multinacional, tenía todas las papeletas para el éxito: está hecha enteramente de materiales reutilizados, ha supuesto un reto a mi paciencia y habilidades y cumple su función a las mil maravillas.



Eh, los hilos sueltos son parte de su encanto

Podría decir que es simplemente una alfombra de trapillo, pero es una de esas palabras que me caen regular y que, además, desmerece a mi ovillo tan amorosamente confeccionado a partir de camisetas viejas, leggins desgastados, medias y calcetines agujereados y algún que otro retal. Ésa es mi parte favorita: haber podido transformar todas esas prendas que ya no podía usar en algo nuevo y útil. Además, muchas de ellas me han acompañado en momentos especiales y es como contemplar un álbum de recuerdos tejidos: la camiseta que llevé a aquel festival, la que compré cuando fui por primera vez al Rastro de Madrid en el apogeo de mi fase neohippie, el pijama que me acompañó tantos veranos. Me temo que la palabra trapillo se queda corta a la hora de describir todo eso.

 



Las dos fases del ovillo: creciente y lleno

Cuando me pareció que tenía un ovillo lo suficientemente grande -ilusa de mí; aun quedaba mucha tela que cortar- comencé de la única forma que conozco: aprendiendo sobre la marcha. Mis conocimientos de ganchillo son muy básicos, y hasta el momento solo había hecho florecitas siguiendo las instrucciones de éste libro, así que a las pocas vueltas de empezar me encontré con que mi incipiente alfombra se convertía en un cuenco. Si hacéis ganchillo experimentado y estáis leyendo esto es posible que os dé urticaria mi método de trabajo, pero después de bucear en internet buscando una solución a mi problema, lo que me resultó más útil fue un tutorial que sugería ir aumentando puntos de forma intuitiva. Intuitiva. Nada podía apelar más a mi corazón y mis dedos anárquicos que esa palabra, y lo cierto es que dio buen resultado.




¿Qué es todo ese festival de telas naranjas y azules? ¡Os lo cuento en la próxima entrada!

Ah, qué felices somos mis pies y yo con nuestra colorida y relativamente confortable alfombra: nos protege del frío suelo en los meses invernales y nos brinda ratos de lectura y costura junto a la puerta de la entrada los días que el sol calienta. Y residuo cero, siempre.


jueves, 4 de abril de 2019

Oda al compost: viva la basura viva

Nuestra compostera acaba de cumplir su primer año de vida. Una mañana como otra cualquiera de principios de abril arrojaba con absurda ilusión un puñado de hojas y cáscaras al fondo vacío de un cubo con agujeros.



Mi compostera es bastante menos bonita que ésta; quizá haga otro parche que refleje el modelo cubo de pintura reutilizado


Rebobinando una semana atrás, la idea de compostar residuos me parecía una de esas cosas que hacen otros; no porque no me pareciera genial, que me lo parecía, sino porque pensaba que era complicado, que requería disponer de un pequeño trozo de tierra, que necesitaría comprar un aparatoso cajón, que luego habría que dar salida a la materia compostada... Hasta que un día me dio demasiado cargo de conciencia tirar unas peladuras de verdura al cubo de basura sabiendo que podían y debían volver a la tierra y me animé a informarme un poco para considerar qué opciones tenía. Y vaya si las tenía. Un patio semicubierto y un cubo de pintura de 15 litros al que hicimos agujeros en el fondo y el contorno fue todo lo que necesitamos para empezar.



De residuos de la cocina a sustrato de alta calidad, ¡la magia del compost!


Durante todo este año hemos ido aprendiendo a base de ensayo y error: añadimos un cajón con tierra (que no es más que otro cubo de mayor circunferencia cortado) para ponerlo debajo y drenar los líquidos, y también una maceta grande que hace de compostera secundaria donde depositamos la materia que está prácticamente lista para que termine de descomponerse sin la adición de nuevos residuos; así dejamos espacio libre en el cubo principal. Ahora estamos trabajando en equilibrar la parte seca (hojas, papel, cartón, cáscaras de frutos secos), que está un poco baja con respecto a la parte húmeda (pieles frescas de frutas y verduras) para deleite de las babosas y las mosquitas de la fruta. Y a estas alturas puedo afirmar que no solo es una de las mejores decisiones que hemos tomado en casa, sino que nuestra pequeña compostera es una más de la familia, un ser vivo que cambia y se comunica a su manera y te hace regalos inesperados, como estas tomateras que aparecieron cuando intentábamos cultivar ajos. 





Otra que también andaba preguntándose de qué y de dónde le había crecido una tomatera en su patio es mi amiga Eva Cotilla Cósmica, hasta que caímos en que meses atrás le había regalado una bolsita de compost que, al parecer, venía con sorpresa. En ese momento dudé si era apropiado regalar algo así, pero eso no hace más que confirmar mi idea de que todavía tengo mucho que desaprender.



La tomatera lustrosa de Eva


 ¿Y nuestro antiguo cubo de basura? Pues ahí está, llenándose a velocidad ridícula con el polvo y la pelusa de barrer la casa, algún pequeño objeto no compostable ni reciclable y poco más; como veis, toda una panoplia de ventajas. Si os pica la curiosidad no tenéis más que hacer una búsqueda sobre composteras caseras o compostadores para espacios reducidos, si es vuestro caso. Merece la pena considerarlo.

¡Viva la basura viva!