miércoles, 22 de junio de 2016

Puntadas

Hace poco pasé unos días en Villa Progenitores cuidando de Bandi y Chico, y entre salir de paseo, tirar pelotas, rascar barrigas y repartir besitos de forma equitativa para que ninguno se pusiera celoso, conseguí escaparme a mi antiguo cuarto y viajar atrás en el tiempo para retomar lo que hacía antes de que os escribiera desde este ordenador, esta mesa y esta mecedora: coser en mi cama.




No soy la persona más organizada del mundo, y cuando empecé con esto de coser mi dormitorio tardó poco en convertirse en un almacén en el que había que esquivar cajas y bolsas llenas de materiales para conseguir llegar hasta la cama donde, para disgusto de mi espalda, pasaba las horas inventando. Cosa que me hacía muy feliz, como se puede apreciar en esta foto que hizo mi hermano y que ahora decora la pared de mi taller actual.



Con Amelia, que tuvo el valor de entrar y la suerte de lograr salir.


Una vez trasladados casi todos los trastos a la casita marrón, el dormitorio volvió a ser el lugar despejado, tranquilo y luminoso de antaño. Aun queda una cajonera que debería traerme al taller, pero el hecho de que esté allí sola, alejada de todo lo relacionado con la costura, tiene un efecto mágico sobre mí: retales que he tenido desde el principio de los tiempos me sorprenden como si los viera por primera vez, y los cajones tantas veces revueltos, ordenados y vueltos a desordenar han creado sus propias mezclas de colores y estampados, ¡es como una fiesta! Y una fiesta de hilo y aguja acomodada en la colcha de flores es lo que me propuse hacer.  






Como os contaba en la entrada anterior, me encanta improvisar con los materiales que tenga a mano, juntar unos cuantos trozos de tela y que las ideas comiencen a formarse y a flotar alrededor de mí como si fueran pompitas de jabón. Hice algunos cuadritos que espero completar y unir para...aun no lo sé. Siento que en algún punto me he visto atrapada en la idea de "tengo que ser fiel al mismo patrón hasta el fin de mis días y usar únicamente lino recién tejido a mano por monjas mancas y ciegas que viven en la montaña y limitarme a la gama de colores del mármol". Que está muy bien, pero me temo que no es para mí. Estoy redescubriendo en placer de aflojarme el corsé y disfrutar el proceso de creación como un fin mismo, no como un medio planificado al milímetro. Estoy recuperando todo tipo de telas, abriendo cajas y viéndole posibilidades a cada material. Y me lo estoy pasando muy bien.


Otra cosa que he hecho con los retalitos y las bobinas de hilo que encontré fue este cartel. Desde que leí sobre el craftivismo hace tiempo he tenido ganas de usar el bordado para decir algo, y decidí empezar con algo pequeñito en el parque donde pasean Bandi y Chico. Es un lugar muy bonito con un riachuelo donde florecen las pervincas, un estanque que por las noches se convierte en un concierto de ranas y montones de árboles que albergan jilgueros, mirlos, tórtolas y cotorras argentinas. Pero a la gente no debe de parecerle tan importante todo esto porque se empeñan en dejar su basura día sí, día también, y no tienen ningún pudor en terminar su cerveza y arrojar la botella al riachuelo. No tengo demasiada fe en que personas capaces de hacer eso se conmuevan con un simple cartelito bordado, pero nunca está de más hacer un pequeño recordatorio. Y los operarios deben de estar de acuerdo porque de momento no lo han retirado.






Estoy cosiendo nuevas muñecas que espero enseñaros pronto; la que habéis visto arriba del todo ya está terminada, ¡saludad a Eunice!





¡Feliz recién estrenado Verano!