Nuestra compostera acaba de cumplir su primer año de vida. Una mañana como otra cualquiera de principios de abril arrojaba con absurda ilusión un puñado de hojas y cáscaras al fondo vacío de un cubo con agujeros.
Mi compostera es bastante menos bonita que ésta; quizá haga otro parche que refleje el modelo cubo de pintura reutilizado
Rebobinando una semana atrás, la idea de compostar residuos me parecía una de esas cosas que hacen otros; no porque no me pareciera genial, que me lo parecía, sino porque pensaba que era complicado, que requería disponer de un pequeño trozo de tierra, que necesitaría comprar un aparatoso cajón, que luego habría que dar salida a la materia compostada... Hasta que un día me dio demasiado cargo de conciencia tirar unas peladuras de verdura al cubo de basura sabiendo que podían y debían volver a la tierra y me animé a informarme un poco para considerar qué opciones tenía. Y vaya si las tenía. Un patio semicubierto y un cubo de pintura de 15 litros al que hicimos agujeros en el fondo y el contorno fue todo lo que necesitamos para empezar.
De residuos de la cocina a sustrato de alta calidad, ¡la magia del compost!
Durante todo este año hemos ido aprendiendo a base de ensayo y error: añadimos un cajón con tierra (que no es más que otro cubo de mayor circunferencia cortado) para ponerlo debajo y drenar los líquidos, y también una maceta grande que hace de compostera secundaria donde depositamos la materia que está prácticamente lista para que termine de descomponerse sin la adición de nuevos residuos; así dejamos espacio libre en el cubo principal. Ahora estamos trabajando en equilibrar la parte seca (hojas, papel, cartón, cáscaras de frutos secos), que está un poco baja con respecto a la parte húmeda (pieles frescas de frutas y verduras) para deleite de las babosas y las mosquitas de la fruta. Y a estas alturas puedo afirmar que no solo es una de las mejores decisiones que hemos tomado en casa, sino que nuestra pequeña compostera es una más de la familia, un ser vivo que cambia y se comunica a su manera y te hace regalos inesperados, como estas tomateras que aparecieron cuando intentábamos cultivar ajos.


Otra que también andaba preguntándose de qué y de dónde le había crecido una tomatera en su patio es mi amiga Eva Cotilla Cósmica, hasta que caímos en que meses atrás le había regalado una bolsita de compost que, al parecer, venía con sorpresa. En ese momento dudé si era apropiado regalar algo así, pero eso no hace más que confirmar mi idea de que todavía tengo mucho que desaprender.
La tomatera lustrosa de Eva
¿Y nuestro antiguo cubo de basura? Pues ahí está, llenándose a velocidad ridícula con el polvo y la pelusa de barrer la casa, algún pequeño objeto no compostable ni reciclable y poco más; como veis, toda una panoplia de ventajas. Si os pica la curiosidad no tenéis más que hacer una búsqueda sobre composteras caseras o compostadores para espacios reducidos, si es vuestro caso. Merece la pena considerarlo.
¡Viva la basura viva!