Conocía a Paquita solamente de vista: la vi en la tienda, la rondé como una hiena durante dos días, la compré y la dejé en un rincón del taller sin atreverme a usarla. Hacía unos años me había apuntado a un curso de corte y confección y fue un poco desastroso, así que mi inutilidad para coser a máquina pesaba sobre mí como una maldición craft. Pero como además de torpe soy constante -y cabezona-, recordé que dos de mis objetivos para dosmildoce eran aprender a tejer y coser a máquina, y dado que lo primero ya estaba conseguido, el día treinta de diciembre, a pocas horas de acabar el año, saqué a Paquita de su caja y con la ayuda de Javi aprendí lo básico para empezar a manejarla.

Ahora que ya he comprobado que Paquita no es el Coco, estoy la mar de ilusionada con ir de compras a mi propio armario y reconvertir algunas prendas del montón de "a ver qué hago con esto". Como ya os conté
en una entrada anterior, la búsqueda de ropa se ha convertido en una misión difícil tras mi decisión de no contribuir en la medida de lo posible al consumo de prendas hechas de forma poco ética, así que con mi nueva arma letal soluciono un problema a la par que reto a mi ingenio, me divierto y me visto como una majadera que es lo que a mí me gusta. Ahí es nada.
Y por supuesto, Paquita es la nueva colaboradora de supercursi, ayudándome en la ardua tarea de coser brazos, piernas y algunas otras piezas de las nuevas muñecas que he estado haciendo últimamente (¡dos sirenotas y unas niñas del bosque vienen en camino!).
Sin embargo, por mucha Paquita Arma Letal que se ponga por delante, reconozco que sigo prefiriendo coser a mano aunque me vayan a poner unas gafas del tamaño de Badajoz porque me dejo mis ojitos castaños en cada minúscula puntada. Cosas que tiene una.
¡Buenas noches y que tengáis un gran jueves!