Una de las cosas que más me gustaban de ese lugar es que la acampada era libre, sin parcelas, ¡qué alivio comprobar que seguía igual! Eso, y el olor a pino... y bueno, a otras cosas verdes que de pequeña no percibía porque estaba demasiado ocupada comiendo mikolápices (aquella tarde legendaria en la que cada helado que me comía tenía un premio para conseguir otro helado gratis y no sé cómo no me puse enferma).
En el viaje de vuelta hicimos una parada en Vejer de la Frontera y vi esta tienda tan bonita, Taller de Badillo; tenían unos peces de papel preciosos, pero como soy más corta que las mangas de un chaleco no pedí permiso para hacerles fotos.
Y en el último momento decidimos dar un giro con el coche, irnos al Valle del Genal y pasar la noche en el mismo camping que el verano pasado (esta vez sin arañas asesinas), que son más majos que las pesetas y nos hicieron el gran favor de prestarnos una tienda; la otra se quedó apoyada en un árbol en Los Caños de Meca mientras cargábamos el coche.
A primera hora, antes de que llegaran las hordas de niños campistas y las familias con mesas de playa y tres neveras, nos dimos un baño en el río fresquito y fuimos a ver las aportaciones de la última edición de Encuentros de Arte de Genalguacil, ¡visita recomendadísima! Es genial pasear por el pueblo y descubrir una obra de arte en el lugar más insospechado.
Estos días haciendo poco más que mirar los árboles, las águilas y bañarme en agua dulce y salada me han llevado a un estado de ensimismamiento en el que continúo, así que cuando salga de él volveré para enseñaros algunas cursiladas nuevas y coloridas, ¡feliz findesemana!