jueves, 6 de noviembre de 2025

Ajelarre

Bienvenidas a mi Ajelarre, 36 x 43 cm de aplique, bordado a mano, punto a palillos de dientes (!) y acolchado. Ya tiene unos años, pero como mi actividad bloguera ha sido más bien inconsistente se había quedado en el fondo de la olla a la espera de que le pusiera palabras.






La cocina y la magia han guardado una estrecha relación a lo largo de los siglos; de hecho, dudo que la una pueda existir sin la otra. En los morteros y fogones confluyen una serie de saberes transmitidos de todas las formas que la comunicación humana hace posible, perlas de conocimiento ancestral que a primera vista pueden tener el humilde aspecto de un trozo de papel lleno de salpicaduras y faltas de ortografía. Pero, ¿es magia o ciencia? Principios activos, procesos que transforman la estructura de la materia, métodos de conservación... ¿qué es la cocina, sino ciencia? 

Hace tiempo, justo el día de mi cumpleaños, fui invitada por la asociación Almunia a colaborar en un taller destinado a la confección de una colcha colectiva llamada El jardín de las mujeres mientras se debatía en torno a la alimentación. Ese día el grupo estaba formado por mujeres mayores, y yo, que no he sido bendecida con el don de la oratoria, me vine muy arriba y afirmé que, probablemente, ninguna de nosotras se definiría como una mujer de ciencias, pero es ciencia lo que hacemos cada día en la cocina. Cuando pregunté qué se le añade al potaje para que no resulte indigesto, la respuesta fue inmediata y unánime: comino. Lo aprendes, lo compruebas, lo aplicas. Lo sabes, y otras lo sabrán después de ti. No dominas la terminología técnica e igual no conoces el proceso exacto, pero sabes que el agua hirviendo que endurece un huevo hace que la patata se ponga tierna, y que la forma de cortar esa patata habrá sido determinante para que libere más o menos almidón, según los requerimientos del plato.




Y sin embargo, en esa especie de laboratorio doméstico hay algo más. Hay rituales, tan integrados en nuestra cotidianidad que ni los percibimos. Secretos compartidos, o no. Confesiones y confabulaciones surgidas del trance al que induce la acción de pelar y cortar repetidamente. El momento pausado y ceremonioso de probar y comprobar si la poción surte efecto, ya sea reconfortar un cuerpo resfriado o unir almas afines alrededor de la mesa. Viajes en el tiempo a lomos de una receta familiar. La gastronomía como talismán. Victoria Beckham niega haberse quejado de que España huele a ajo, y más le vale porque el ajo es nuestro ojo de sapo, ala de murciélago, pelo de unicornio, un verdadero congreso de brujas reunidas en corro bajo la piel blanca como el papel invocando sus múltiples propiedades. 

Además, pasan cosas. Antes de hacerme vegetariana, el puchero de mi abuela materna era mi plato favorito en el mundo, y por más que mi madre usaba exactamente los mismos ingredientes y seguía escrupulosamente la receta, mi veredicto y el de mi hermano eran invariables: "Está bueno, pero no sabe igual". Será el agua, decíamos. En cambio, mi pareja, que nunca conoció a mi abuela paterna, hace unas patatas fritas idénticas a las suyas, y la primera vez que las probé no salía de mi asombro.




No digo nada sobre lo que no se hayan escrito ya infinidad de páginas o hayáis comprobado vosotras mismas. En su libro Cómo cocinar un lobo, la escritora M.F.K. Fisher afirma que es precisamente en tiempos difíciles cuando el hecho de poner atención al acto de nutrirnos cobra especial importancia y nos devuelve la dignidad, y que ese crecimiento gastronómico será la base sobre la que podrá prosperar el resto de cosas.

Tal es el poder que esconde la cocina.


2 comentarios:

aStroStrich dijo...

guau! muy potente. Me gusta especialmente el último párrafo, dale, que vengan más entradas!

supercursi dijo...

¡Gracias! Eres mi bot favorito.