jueves, 14 de mayo de 2020

Nada se pierde,


Primero hice una muñeca tetera con la tela que me sobró después de convertir aquel vestido de segunda mano en una falda que ya no me pongo y que pasará a ser otra cosa. Pero, por más que la miraba y la remiraba, no me terminaba de convencer.




Quizá el cuello era demasiado estrecho. O la cara. No tenía cara de tetera, ¿cómo se supone que es la cara de una tetera? Tenía cara de otra cosa. Otras cejas, otros labios; el pelo negro. La tela imposible que compré en otra ciudad transformada en falda. Una flor de lehua bordada. Un cuerpo completamente diferente: el de Federica.






La tetera seguía en busca de su propia cara, así que le fabriqué una con retales de tela amarilla que me dio alguien a quien debía de gustarle mucho el amarillo. Le añadí mofletes de flores y puntadas de colores y nos dimos un tiempo para pensar.





Casi siempre es bueno dejar reposar las ideas. Ésta, cuando le di voz, me dijo que no le apetecía ser una muñeca, así que reunimos retales, recuerdos, un botón, la canción que sonaba en una fiesta en la que no bailamos...

...e hicimos una fiesta.





Una fiesta rara, menos divertida de lo que sus colores puedan sugerir, pero una fiesta al fin y al cabo.





¿Y la tacita? 




Para la resaca.