domingo, 13 de marzo de 2022

Cosiendo el camino: Intropical

En la anterior entrada os hablé de un proyecto que inicié el año pasado, Cosiendo el camino, y aquí traigo la segunda pieza. Intropical surgió durante unos días que pasé en la Costa Tropical de Granada a finales de verano, y aunque la idea inicial era hacer algo bastante más sencillo, todo pareció confabularse para que aquello creciera y estallara en sensaciones, colores y puntadas. 

 

55x50 cm de aplique, bordado y acolchado, todo a mano. También incorporé, como en la anterior ocasión, objetos que me fui encontrando por el camino.






En esos días junto al mar cayó en mis manos de forma inesperada La seducción del Minotauro de Anaïs Nin, una historia sobre viajes interiores que transcurre en un paisaje tropical, y agradecí la sincronicidad haciéndole un huequito en la parte trasera.

 
Ojalá pudiera haceros partícipe de todo lo que encierra esta especie de postal gigante, de diario de viaje. Cada vez que lo miro hace sol.

domingo, 2 de enero de 2022

Cosiendo el camino: El curso del agua

Bienvenido, 2022, y feliz comienzo de año a quien esté leyendo esto. No voy a hacer balance de estos últimos meses, al menos no aquí, pero sí que hablaré de un proyecto personal que ha cobrado forma durante 2021 y que espero que siga creciendo a lo largo de este nuevo año, porque eso significará que he vivido y experimentado. 
 
 
 

El planteamiento es sencillo y libre: si voy a pasar unos días fuera de casa y de mi entorno habitual, meto en la maleta mi costurerito de viaje -una lata de galletas, como no podía ser de otra manera- y algunos retales y me dejo llevar. Vagabundeo, observo, anoto, dibujo, recojo materiales que me voy encontrando por el camino y lo traduzco todo en una pieza que actúa a modo de diario de viaje, a veces evidente a otros ojos y a veces no. Es una especie de residencia artística individual e independiente y un acercamiento a la psicogeografía; una colección de mapas personales a la que llamo Cosiendo el camino.
 
 
  
 

 
El primero lo comencé en junio bordando una tienda de campaña sentada dentro de una tienda de campaña. Esas primeras semanas de verano se dieron de forma que pasé de estar rodeada de bosques, ríos y trepadores azules que me daban los buenos días en la Serranía de Ronda a coser al atardecer frente al mar en Cádiz -por fin, después de un año y medio sin poder ir-, y de ahí volver al punto inicial, con lo que fue una vuelta simbólicamente completa. El viaje personal me lo reservo para mí, pero el resultado sí que lo comparto de buen grado. 
 
 
 
En El curso del agua hay un retal en forma de luna que encontré haciendo una ruta, cuentas de una pulsera arrastrada por la marea, un trozo de tela que le sobró a mi padre después de hacer los cojines para mi cuarto en Cádiz y un montón de retales de aquí y allá, todos regalados, recuperados o encontrados.

Y ahora, a por un nuevo año lleno de paisajes y puntadas.


martes, 3 de agosto de 2021

Autoflores

¿Alguna vez os habéis autorregalado flores?
 
 

 

La diferencia entre comprar flores y autorregalarse flores está, como casi siempre, en la actitud. Y allá me fui con mi actitud de "pa ti, reina" a una tienda minúscula que hay junto a la iglesia en busca de un ramo; escogí uno muy sencillo para disgusto de la señora, que me ofrecía un amplio abanico de opciones para embellecer mi, a sus ojos, austera elección.


 

Autoflores es el nombre de esta pieza, aunque reconozco que me suena mejor su nombre en inglés, Selflowers. Apliques de tela, punto y ganchillo, bordado y acolchado. 38.5x38.5 cm. Todo a mano.



 
 
Detalles secretos: introduje un tubito de muestra de perfume con algo de agua en el bolsillo de punto para poder poner flores reales.



 
 
La terminé hace un par de meses, pero recientemente he añadido algunas puntadas porque el acolchado le daba una expresión un poco desconcertante a la cara. 
 



No puedo dejar de juntar retalitos y ya tengo ganas de enseñaros lo que terminé ayer. ¡Feliz agosto!


jueves, 29 de abril de 2021

Verano del noventa y algo

 Cuando pienso en los años noventa -en mis años noventa- mi memoria parece haber registrado casi exclusivamente recuerdos de verano, como si por aquel entonces todo el tiempo fuera agosto, un mes tras otro. El verano era ese momento mágico en el que cualquier cosa podía suceder, un videoclip de más de tres meses de duración lleno de escenas que atesorar durante el resto del año, cuando las únicas pruebas fehacientes de su existencia eran la pulsera de hilo hecha a mano -ya ligeramente mugrienta- que colgaba de tu muñeca y unas cuantas fotos con acabado brillo llenas de huellas de dedos.



En aquellos días todo giraba en torno a compartir. Compartir el calor infernal bajo un árbol, compartir los secretos-como-lo-cuentes-te-mato, compartir los aburrimientos adolescentes, los libros y las revistas, las cintas de cassette, los negativos de las fotos, el esmalte de uñas, la siesta con la música de la radio muy bajita.

Antes de coser, dibujaba. Hace unos años hice este dibujo como punto de partida para un collage en papel que no llegué a terminar, y en una de esas veces que, revolviendo las telas del taller, se forma la combinación ganadora ante mis ojos, la idea original dio un par de saltitos y se zambulló de cabeza en el costurero.



El resultado fue este collage textil en formato mini quilt de 19 x 21 cm; puntada a puntada, pieza a pieza, he ido acercándome hasta convertirme en una devota del acolchado, de su proceso y su textura. Estoy descubriendo el trabajo de artistas de esta técnica como Amanda Nadig o Coulter Fussell, que en nada se parece a la idea que tenía hasta hace pocos años de las colchas de retales. Ahí fuera hay montones de valientes desafiando los decálogos y animándonos a su vez a atrevernos y quizá a insuflar valor a otras personas en una rueda sin fin; miles de puntitos en el mapa ayudándose entre ellos a desaprender, a soltar ideas-lastre que no les sirven. Volver a compartir, cansados de tanto competir.


Las texturas

LAS TEXTURAAAS


Un día de principios de primavera me llevé el collage al campo para darle los últimos toques y tuve la sensación de que todo lo que quería hacer era eso, coser bajo el sol. Ser solamente una persona que cose o -qué atrevida- ser solamente una persona.




Tengo muchísimo que desaprender.


martes, 13 de abril de 2021

El gato Noelio

 ¡Un momento! ¿Cómo es posible que aun no haya hablado de Noelio por aquí? Pongámosle remedio de inmediato y hablemos de Noelio, el gato.



Noelio era un prototipo, una prueba, un torso gatuno con la barriga llena de flores que aguardó pacientemente dentro del costurero hasta que le cosí unos brazos y unas piernas que también vagaban por ahí sin ir a ninguna parte. Y él, agradecido, se convirtió en un gran compañero de aventuras.



Noelio a punto de ser polinizado



El gato en el limonero



Noelio y sus colegas en nuestro paso por la residencia Rara



Noelio fingiendo que medita cuando en realidad está pensando en el postcapitalismo



Juntos hemos cruzado ríos y subido montañas, pasado buenos ratos con amigos y celebrado fechas señaladas en casa. Porque puedo afirmar y afirmo que, donde está Noelio, está la fiesta.



Tardé un buen rato en descubrir quién se ocultaba bajo este disfraz



Un optimista nato, dispuesto a encontrar razones para brindar desde el mini árbol de Navidad del taller



Esperando a ser jugado y disfrutado por una visita muy divertida



Un día a Noelio le dio por multiplicarse, quién sabe si a través del polen de sus florecillas bordadas, y actualmente hay Noelios sueltos por ahí haciendo de las suyas.





¿Qué nuevas aventuras nos esperan, Noelio? ¡Estoy impaciente por descubrirlo!



martes, 6 de abril de 2021

Dama de Noche

No recuerdo dónde leí que una puede ser búho o alondra según la hora a la que se vaya a dormir. Y yo, pese a llevar años levantándome a las seis de la mañana, no puedo evitar ser búho. Intento convencerme a mí misma de que irme pronto a la cama es la mejor decisión y que mi yo de la mañana siguiente me lo agradecerá, pero la noche es demasiado tentadora. Todo está -o debería estar- tranquilo, en silencio, sin interrupciones. La programación de la tele es mejor de madrugada, y cualquier cosa que comas a partir de las doce de la noche sabe infinitamente mejor. Soy un búho, una polilla. Una Dama de Noche.




Esta vez la idea surgió de un botón. Hace años compré en el mercadillo una caja de botones -donde siempre hay algo más que botones- y en ella estaba este botón blanco y dorado con un trozo de tela anudado a uno de sus agujeros. Ahora eran uno solo y no se me habría ocurrido separarlos, como si hubieran sido unidos en una especie de conjuro que no me correspondía a mí deshacer. Y algo de mágico tendría, porque al pulsar el botón la muñeca comenzó a cobrar vida.





En mi anterior casa siempre olía a dama de noche en las noches de verano. A veces no quería dormir, otras sencillamente no podía, y las ideas peregrinas que se me ocurrían prefiero guardármelas para reírme sola, pero si tú también has estado ahí seguramente sabes de qué va la cosa. Al día siguiente lo negaremos todo, o mejor aún: nadie lo sospechará nunca.





De nuevo plana, y parcialmente acolchada. Como viene siendo habitual, he usado materiales acumulados durante años en el taller: una tela donada, un ala de mariposa artificial que adornaba un patio, trozos de cintas de ganchillo y encaje, caracolas diminutas recogidas en la playa, un trozo de cadenita, retales varios. Solo era cuestión de mirarlos con otra luz.


jueves, 1 de abril de 2021

Arenaria interpres

Nunca antes había pasado tanto tiempo sin ir a Cádiz: más de un año ya, y sumando. Las restricciones por una parte y la prudencia por otra, ya sabéis. Cada cual tiene su propia historia pandémica. La última vez que estuve -en las navidades de 2019- me traje un montón de tesoros, la mayoría de ellos encontrados en la playa, pero también retalitos que me guarda mi madre y los cordeles de algodón de las bolsitas de té que me preparaba para tomar en un banco de la plaza o en la azotea.



Y con todos ellos construí esta pieza que fue terapéutica durante las pasadas navidades, tan raras y desvaídas. La tela del vestido la encontré en una poza de marea, muy deteriorada y teñida por el mar pero con su estampado de flores aun visible; por las pequeñas marcas que hay sobre el dibujo pudo ser un pañuelo bordado. Cuando mi madre me vio llegar con aquel trapo mugriento me preguntó que qué iba a hacer con eso. ¡Mira, Mamá, he hecho una muñeca!



  

Ahora se pasean por ella los vuelvepiedras (Arenaria interpres), unas aves pequeñitas que corretean veloces cerca de la orilla y que, haciendo honor a su nombre, vuelven las piedras del revés en busca de alimento, al igual que yo las vuelvo y me asomo a las pocitas esperando encontrar algo asombroso como un botón.





Me costó menos bordarlas que fotografiarlas, ¡cómo corren!


Braulio suele acompañarme en mis aventuras costeras y casi siempre volvemos a casa con un buen botín. Antes recogíamos conchas, pero decidimos dejarle al mar lo que es del mar y tomar lo que nos devuelve con belleza multiplicada, como fichas de parchís (esto nos hace mucha gracia), aparejos de pesca, piezas que no sabemos muy bien para qué sirven o retales minúsculos. Algunos los usé para hacer un corazón muy especial que cosí a ratos en la playa.





No veo la hora de asomar de nuevo la naricilla al Atlántico y encontrar cosas misteriosas y también reencontrarme con todo lo que dejé allí.